lunes, mayo 12, 2008

Metáfora de la gran ciudad. Roma

Metáfora de la gran ciudad

TEXTO: SANDRA BALVÍN

Roma

La vida de 'La ronda de las ciudades no comenzó en Lisboa'. Allí es donde Manuel Sonseca tomó la primeras fotografías que aún hoy continúan multiplicándose. La historia de la colección, como la de todas sus imágenes, empezó en el momento en el que la cámara dejó de ser un juego para convertirse en una invitación para reflexionar sobre la importancia de las cosas.

Mucho ha llovido desde Lisboa hasta Bratislava, su última parada. Edificios, personas, coches, luces de neón, vehículos anacrónicos...Todo ha sido filtrado por la mirada curiosa del autor, que no narra, sino que sugiere desenlaces y comienzos . La parte por el todo, el todo por la parte o un pedazo sólo porque sí, porque así es como lo ha visto el fotógrafo y porque el reflejo de sus propios estados de ánimo.

Acentos

La selección que se exhibe en la fotogalería de UFCA forma parte de un proyecto más amplio. Sonseca raramente retrata los rasgos más típicos de las urbes. Cuando lo hace, la estampas turísticas permanecen en un segundo plano y ceden el protagonismo a lo que las ciudades susurran en los oídos de quienes las visitan.

La Fontana de Trevi aparece al fondo, desdibujada. Es el acento en la imagen predominante, una cabeza rubia de mujer, de rizos arquitectónicos y sin rostro. Aquel día el icono se convirtió en un homenaje a la 'Dolce vita'. Otro día cualquiera y con otros testigos la fuente podría haber apuntado mil historias diferentes.

La ocasión se presenta, pero hay que estar alerta. «Vi la rubia y me dije: '¿esto lo ha montado aquí el Ayuntamiento!'», bromea Sonseca. No hace bromas, sin embargo, cuando explica la importancia de permanecer alerta porque hay fragmentos de la realidad que permanecen ocultos si no se miran con atención.

Hay quienes dicen que piden a la inspiración que les llegue trabajando. Sonseca quizá pida que le visite con su Leica al alcance de la mano. Reconoce sin amargura que se acuerda con frecuencia de las fotos perdidas, «que, sin duda, serán las mejores».

Asegura que no sale con actitud de hallazgo, sino de búsqueda. Busca y encuentra. Busca y no se resiste cuando se encuentra con escenas como la Plaza del Popolo convertida en salón de baile por la lluvia repentina, las luces nocturnas y algunos guiños geométricos

Excepciones

Sólo hay tres excepciones al blanco y negro. Tres fotografías tomadas con una cámara desechable capturan tres instantáneas diferentes de roma: un café, un coche y casetas de playa. El resto, prescinde del color en beneficio de los juegos de las sombras, las luces y de las formas. Basta la insinuación. Un Cinquecento es Roma y la ciudad eterna se reduce a una mesa de restaurante tras el cristal.

¿Qué le induce a tomar imágenes sin cesar?. Tal vez la razón sea la saudade de la que algunos se contagian en Portugal, uno de sus escenarios favoritos. «Es sentir la presencia de lo ausente», dice Sonseca citando a Fernando Pessoa. No es nostalgia, es saudade. «Es, simplemente, que al ver las imágenes puedes recuperar recuerdos anteriores».

domingo, mayo 11, 2008

Fervor de Buenos Aires

Fervor de Buenos Aires

©2007 M.Sonseca. Buenos Aires



En el invierno austral de 2004 y de 2007 , Manuel Sonseca recorre Buenos Aires. Un viaje soñado, como tantos otros, inicial y también iniciático a la patria de Borges, a las calles que recorriera Coppola, con el propio Borges o con Romero Brest o Marechal. A la patria de la revista Sur.

Buenos Aires y su luz de metrópoli prematura, de aires coloniales tardíos, se funden en estas imágenes que nos llevan a pensar que el tiempo sólo existe en el imaginario del hombre.
Un Patio, Las Calles, Inscripción Sepulcral, Arrabal, los poemas del libro “Fervor de Buenos Aires” se adivinan a través de la mirada pausada, de las luces y las sombras en grises y también en color, de las imágenes de Palermo Viejo, La Recoleta, la Avenida Corrientes, las aguas del Plata….. Una visión literaria y evocadora – como toda la obra de Sonseca – que nos hace revivir un mundo de épocas pretéritas, poéticas como siempre ocurre en la nebulosa de los sueños.
Esta colección de imágenes, será apreciada también por su íntima relación con la estética de los fotógrafos viajeros, no exenta de influencias románticas, impronta que caracteriza a las fotografías de Manuel Sonseca .

martes, mayo 06, 2008

Relato Apócrifo

Lisboa


Aún recordaba con temor la mirada furtiva que le anunció su presencia. Alberto Caeiro, al que toda Lisboa daba por desaparecido o muerto – al fin y al cabo para el Ministerio de Orden Público ero lo mismo -, estaba frente a él, en el British Bar del Cais do Sodré. Caeiro pidió una bica y con absoluta parsimonia encendió un cigarrillo. Por el aroma que envolvió el rincón del bar advirtió que era tabaco inglés. Siempre fumaba tabaco inglés. El humo y su olor le hicieron recordar otras tardes en Sao Mantinho d´Arcada, antes de que Caeiro fuese dado por muerto, cuando juntos escribían poemas y discutían siempre al llegar a la palabra saudade .

Eran los tiempos de Renascença Portuguesa y de su común amigo Teixeira de Pascoaes. En aquellos años Caeiro escribía cosas como : “el mundo no se hizo para pensar en él / sino para al mirarlo estar de acuerdo…./ No tengo filosofía, tengo sentidos… “. Versos de su breve poemario O Guardador de Rebaños, o aquellos otros de O Pastor Amoroso : “No me arrepiento de lo que antaño fui / porque aún lo soy”. Poeta natural, le llamaba Reis, pura espontaneidad, abundaba Coelho Pacheco, aquellos a los él consideraba sus discípulos desde su retiro contemplativo en Ribatejo. En realidad era un poeta sin lecturas, carente de los estudios necesarios para escribir bien el portugués. Y ahora, Alberto Caeiro da Silva, muerto a los veintiséis años, estaba allí.

Intentó que su sorpresa, acompañada de una sudoración profusa y un temblor que le hizo derramar parte del café, no fuese percibida por aquél fantasma que seguramente había vuelto para vengarse. Quizá debió ser más cuidadoso a la hora de hacerlo desaparecer, pero el implacable y pagano Caeiro, aquel presuntuoso ignorante, le sacaba de quicio, y en el otoño de 1915 decidió acabar con él sin pensar en las consecuencias.

Volvió a mirar disimuladamente, no había duda: el cabello rubio, ojos azules, el abrigo de lana gris, el tabaco inglés y esa tos crónica que delataba la tisis que minaba sus pulmones…En un momento, Caeiro pidió la cuenta y tras guardarse el sobrante en el bolsillo del pantalón abandonó el local sin reparar en su presencia. De repente algo le hizo recordar ese día de otoño de 1915. Ya no estaba seguro de si realmente fue Alberto Caeiro el muerto.

Manuel Sonseca
Invierno de 2004