No era precisamente la banda de Chick Webb la que ocupaba el escenario, tampoco el solista era negro aunque, eso si, tendría la misma edad que la joven Fitzgerald cuando debutó en aquel local de la calle Lenox. El apabullante calor nos distraía de la insolencia de los músicos al atacar sin pudor un tema de los setenta y mantenía la atmósfera bronca de humo y rock and roll que legitimaba la fama del garito. Mi esófago me recordaba en cada sorbo el maltrato recibido durante años y decidí acallarlo duplicando la dosis de ginebra.
En uno de esos momentos donde los vasos, incluso los de tubo, a penas se mantenían en pie, un mechón harto de disciplina se deslizó por las mejillas emocionantes de Lady Blues, dividiendo en dos aquel encantador territorio inexplorado.
Afuera, la lluvia espejó las calles de la madrugada donde se reflejaban, confusos, el sueño y las derrotas de los últimos habitantes de noche.
©2010 M.Sonseca